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Lombroso: El hombre que quiso leer el crimen en la cara

Imagina a un médico italiano del siglo XIX que, al observar un cráneo humano, cree haber encontrado la clave para entender por qué algunas personas cometen crímenes

Césare Lombroso y sus locos asesinos

Césare Lombroso y sus locos asesinos

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Ese hombre fue Cesare Lombroso (1835-1909), un personaje que revolucionó —y también dividió— el mundo de la criminología con ideas tan fascinantes como discutibles. Fue médico, antropólogo y, sobre todo, curioso. Le interesaban el cuerpo humano, la mente y el comportamiento de personas marginales. En una época en que el crimen se veía como un pecado o una elección moral, él planteó una pregunta inquietante: ¿Y si el criminal naciera así? ¿Estuviera predestinado genéticamente?

Se dice que, mientras examinaba el cráneo de un delincuente fallecido, Lombroso notó unas protuberancias que le parecieron “primitivas”, similares a las de ciertos animales o antepasados del ser humano. Fue entonces cuando formuló su teoría más famosa (y polémica): el criminal nato. Según él, algunas personas nacen con una predisposición biológica al crimen y su cuerpo lo delata: posee mandíbulas prominentes, frentes hundidas, orejas grandes... signos que, para Lombroso, eran pistas físicas de una mente antisocial.

Lombroso no se quedó ahí. Reunió miles de medidas de cráneos, caras y cuerpos. Quiso hacer de la criminología una ciencia basada en datos “objetivos”. Su enfoque intentaba reemplazar el juicio moral por el análisis científico... pero también cayó en generalizaciones, prejuicios y en pseudociencia. Hoy sabemos que muchas de sus teorías eran erróneas o simplistas. Las conductas criminales no pueden explicarse solo por rasgos físicos. Sin embargo, Lombroso abrió un camino nuevo: pensar en el crimen como un fenómeno que también tiene causas psicológicas, sociales y biológicas. Fue uno de los primeros en considerar la salud mental, el entorno y la herencia como factores relevantes.

En su última etapa, Lombroso se inclinó por el espiritismo. En un principio era escéptico, pero tras asistir a varias sesiones mediúmnicas y estudiar a Eusapia Palladino (una mujer italiana famosa por supuestamente mover objetos y comunicarse con espíritus), quedó impresionado por lo que vio. No pudo explicar racionalmente ciertos fenómenos —mesas que se movían solas, voces, levitaciones, luces— y empezó a pensar que había algo más.

Cesare Lombroso murió en 1909, convencido de que había descubierto la “ciencia del crimen”. Su museo en Turín —donde se conservan sus apuntes, cráneos y numerosos objetos— es hoy una curiosidad inquietante para quienes se interesan por la historia de la medicina, la antropología y la criminología.

Lo cierto es que, para bien o para mal, cambió la forma en que el mundo empezó a mirar al criminal: no solo como un culpable, sino como un sujeto de estudio.

 

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