El detalle oculto de la Torre de Belém del que poca gente se ha dado cuenta: "No es un dragón, ni un demonio"
Se convirtió en el símbolo nacional, representando la fuerza y la riqueza

El detalle oculto de la Torre de Belém del que poca gente se ha dado cuenta: "No es un dragón, ni un demonio"
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Entre cuestas, sombras y campanas, David Botello y Ester Sánchez ha recorrido las calles de una ciudad que canta fado, se emborracha con ginjinha y resucita al tercer día. Así ha llevado a sus oyentes hasta a Lisboa en el último programa de La Historia en Ruta. Como no podía ser de otra manera, los presentadores no han dejado pasar la oportunidad de hablar en detalle sobre la Torre de Belen, el monumento que ocupa la mayoría de postales de la ciudad portuguesa.
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El símbolo del poderío marítimo portugués, está situada en la desembocadura del Tajo e inicialmente sirvió para la defensa de la ciudad, pero posteriormente se convirtió en centro aduanero y faro. Se trata de una fortaleza de estilo manuelino que, entre lo ornamental y lo táctico, apostaron por las filigranas, por eso más que un baluarte defensivo, parece una miniatura salida de un cuento gótico.
Se mandó construir por Manuel I de Portugal a principios del siglo XVI. Por dentro, la torre cuenta con cinco pisos y termina en una terraza. Todas las plantas se comunican únicamente por una pequeña escalera de caracol en la que, durante los días con mayor número de visitantes, hay que hacer turnos para subir y bajar.
Uno de los detalles más curiosos de la Torre de Belém se encuentra en su fachada oeste. Allí se puede encontrar una gárgola, que "no es un dragón, ni un demonio, es un rinoceronte". Este se cree que representa a Ganda, que fue el primer rinoceronte que llegó a Europa desde la India, desde la época de los romanos, desembarcando precisamente en el puerto de Lisboa. Fue un regalo del sultán de guyaratí al rey de Portugal.
Los ciudadanos se emocionaron tanto con la llegada de este animal que Manuel I decidió convocar un combate entre un rinoceronte y un elefante. El segundo, cuando vio a Ganda, no quiso ni pelear, por lo que el rinoceronte se convirtió en símbolo de nacional de fuerza y poderío. Meses, el famoso rinoceronte después volvió a embarcar, esta vez, camino a Génova, como regalo al Papa León X. Para no olvidar su historia, el rey luso lo mandó esculpir en la torre.