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Un día en el CIC de Salamanca con los auténticos "ratones de laboratorio"

Visitamos uno de los centros de investigación más importantes de España y Europa en el 25 aniversario de su creación

Un día en el CIC de Salamanca con los auténticos "ratones de laboratorio"

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Salamanca

Durante décadas, la comunidad científica sospechó que los genes eran responsables de que una generación de seres vivos heredara algunas características de la anterior, pero no sabían qué eran esos genes y -sobre todo- cómo funcionaban.

La investigación que llevó al descubrimiento de que el ADN (ácido desoxirribonucleico) era la molécula responsable de esta herencia es sin duda el mejor ejemplo de ciencia básica, la ciencia que investiga los principios fundamentales de las cosas sin —aparentemente— buscar aplicaciones prácticas inmediatas.

La búsqueda de James Watson y Francis Crick no era para curar enfermedades ni desarrollar medicamentos, sino "simplemente" responder a una pregunta fundamental sobre la biología: ¿por qué somos como somos?

Así que, basándose en datos obtenidos por Rosalind Franklin y Maurice Wilkins, publicaron el ahora famosamente mundial "modelo de la doble hélice del ADN", revelando cómo esta molécula podía almacenar información genética y replicarse.

Este hallazgo no tenía aplicaciones clínicas inmediatas. Nadie, en ese momento, pensaba en test genéticos, edición genética o terapias dirigidas de las que tanto hablamos ahora.

Y este reportaje va de eso. De todo ese trabajo callado que, a menudo, queda oculto detrás de los grandes y alucinantes titulares de las noticias de ciencia que contamos.

Ahí está la ciencia básica, la investigación más esencial. La realidad es que para que esos surjan estos avances que copan todas las portadas, tiene que existir, primero, la investigación más básica.

Muchas veces, en la redacción, los periodistas debatimos, por ejemplo, sobre si es importante -o no- un trabajo cuyas pruebas "solo se han hecho con ratones" y todavía no se ha probado en humanos.

Para la sección de ciencia de la SER la respuesta es que sí. Por supuesto que es importante. Sin ese primer trabajo no va a poder llegarse al segundo. Es la labor de cientos —miles, en todo el mundo— de científicos que no atraen tanto la atención de los medios, pero que están haciendo que la gran rueda de la ciencia siga avanzando.

Para reivindicarlos, para reivindicar su trabajo, nos hemos ido a uno de los lugares más punteros de la ciencia en España: el Centro de Investigación del Cáncer de Salamanca, un centro mixto de investigación de la Universidad de Salamanca y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) dependiente del Ministerio de Ciencia.

La realidad es que es uno de los principales centros de investigación de Europa y del mundo. Para dimensionarlo, este dato: casi la mitad de las publicaciones científicas que han salido de el CIC salmantino están en ese codiciado "10 % de papers más consultados del mundo".

Estos días celebra sus 25 años. Y uno de sus artífices es su director, el veterano investigador gallego Xosé Bustelo, que nos explica que "en ciencia nunca se puede decir esto es imposible; hay que decir vamos a por ello y tenemos que trabajar más".

El científico, especializado en el campo del cáncer, ha centrado su trabajo en el estudio de moléculas oncogénicas. Aunque su trayectoria es larga y ha recibido numerosos premios nacionales e internacionales por sus contribuciones científicas —incluyendo el Premio Nacional de Oncología y el Premio Severo Ochoa de Investigación Biomédica—, nos pide que nos fijemos en los jóvenes que están en el centro: "Trabajar en ciencia —dice— tiene como gran privilegio trabajar con muchos jóvenes y ver por dónde va a venir el futuro".

Con esa pasión por su equipo, nos presenta a un grupo de personas "que sueñan contra el cáncer", todos compañeros en el CIC. Durante la visita, también charlamos con Teresa, una de las pacientes que ha participado en los ensayos clínicos del centro, y que nos dice una frase que lo deja bien claro: "Sin este lugar y la gente que aquí trabaja, muchos ya no estaríamos aquí. Para mí, lo es todo". Luego nos enteramos que a Teresa su mieloma le daba apenas años de vida y "sigue aguantando" 15 años después tras participar en un ensayo clínico.

La realidad es que de este edificio han salido, en 25 años, 1.030 ensayos clínicos, 60 patentes y siete bioempresas. Ni más ni menos. Es el fruto del esfuerzo de personas como María Sacristán, que investiga sobre genoma y cáncer, y que reivindica una mejor financiación para la ciencia y —sobre todo— "para la formación de los jóvenes investigadores que tienen que tomar el testigo".

Lo que ocurre aquí también es consecuencia del trabajo de David Santamaría. Él investiga sobre cáncer de pulmón y, en concreto, sobre el famoso gen K-RAS. Destaca los avances que se están haciendo en este campo a pesar de la lentitud y le pide a los pacientes que entiendan que "la ciencia que hacemos no puede llegar a todos por una cuestión de tiempo, por lo rápido que se desarrolla la enfermedad" pero señala que "todos los esfuerzos se van acumulando y, de forma conjunta, estamos haciendo enormes progresos".

Y es que la ciencia es acumulativa. Los esfuerzos en una sala contra el cáncer de pulmón que hace David vemos como pueden servir en el laboratorio justo al lado, donde nos encontramos a Francisco Lorenzo Martín, que —desde su juventud y recién llegado de Suiza— investiga modelos avanzados de cáncer de colon. Acaba de volver a España y dice que "todos los que nos marchamos pensamos en volver para devolver lo que se gastó en nuestra formación". Y él lo ha conseguido. Es uno de esos investigadores que ha regresado a España en el último año y lo que ha aprendido fuera —y ahora hace aquí— es fascinante: recrear un órgano humano como el colon para estudiar el cáncer directamente en él.

La siguiente con la que hablamos es Esther Castellano. Investiga cómo "hablan entre ellas las células", para ver "qué se dicen y qué las conduce a formar un tumor". Es ella quien nos enseña el animalario, donde están los ratones de laboratorio: "Los ratones no son solo animales, son nuestros compañeros de trabajo. Con ellos nace la ciencia básica". Nos explica cómo los cuidan y que de la salud -y la de sus tejidos- depende que la investigación que se haga tenga más éxito o menos.

Todo para conseguir dar lugar a investigaciones como la de Nuria Ferrándiz, con la que también hablamos en este reportaje. Es experta en estabilidad genómica y se presta a explicarnos lo que está haciendo en esos momentos, rodeada de slices, tubos y microscopios. Nos explica cómo ve "iluminarse proteinas".

Por último, hablamos con José Manuel Serrano Lozano, investigador predoctoral que se está especializando en leucemias. Es su primera entrevista, pero quédense con este nombre, porque lo que nos cuenta -aunque luego se da cuenta de que no puede contarlo y tenemos que parar la grabación- seguro que será noticia —y de las importantes— probablemente en muy poco tiempo. Insistimos. Quédense con su nombre. Por si acaso.

Quédense, en realidad, con todos los nombres que acabamos de mencionar.

Todos ellos son "ratones de laboratorio". Y son, sin duda, los que un día curarán el cáncer.

Javier Ruiz Martínez

Javier Ruiz Martínez

Redactor de temas de sociedad, ciencia e innovación en la SER. Trabajo en el mejor trabajo del mundo:...

 

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